jueves, 15 de julio de 2010

Fin de fiesta

Por Silvana Melo
(APe).- El silencio se impone cuando abren la boca los pueblos más potergados del mundo. La mano blanca tapa el grito sordo y multitudinario y la vieja Europa coloniza una vez más una tierra esclavizada que hoy, cuando el reflejo del oro se apaga inexorablemente, volerá a ver cómo mueren sus gentes en las calles.

Terminó la fiesta ajena en los pies del África negra, empujada hacia abajo por el Sahara, puesta a morir todos los días su historia, a palos, a cadenas, a imposición brutal de la sangre blanca por sobre la raíz oscura y morruda del del continente.

Se acabó, señors, la fiesta de Eurpa sobre las venas negras contaminadas del HIV.

Pobre hasta los huesos, hambrienta y desdignificada el África de los sures los vio hacer las maletas, presurosamente, para que no quede un pie en esa tierra condenada cuando las luces fragosas del Campeonato del Mundo se apaguen del todo y quede la oscuridad y las calles inseguras de la inquietud y el hambre que saldrán a buscarse la vida en las migajas que olvidó el Imperio.

Casi seis milones de personas VIH positivas -el 18.8% de la población adulta- afrontarán ya sin disfraces ni visitantes eufóricos y ciegos a cualquier tragedia, una realidad que se codea día tras día con la muerte.

Sudáfrica debería destinar por año 1.500 millones de dólares a la prevención y el tratamiento del VIH - SIDA. Pero eligió gastar 4.000 millones en infraestructura para organizar el Gran Mundial de la Injusticia, cuando el oro se posó sobre una gran bandeja sostenida por la indigencia, la enfermedad y la esclavitud.

El 60 por ciento de los hombres y mujeres que necesitan del tratamiento antirretroviral no pueden acceder a él. Los millones de hambrientos rasgarán con sus uñas los fantásticos estadios construidos para brillar durante treinta días. Y que desde hoy comienzan a ser apenas la osamenta de la apoteosis. El esqueleto de la gran mentira.
Durante el extraño mes en el que tres o cuatro ciudades de los pies del continente se vistieron de otras, se disfrazaron del oro mundial, se pusieron en los dedos las gemas prestadas de los ricos, 1400 personas se infectaron diariamente. Y otras mil murieron en las calles y en los hospitales devastados, agujereados por el sida.
Hay dos millones de niños huérfanos en Africa del Sur mientras se desmontan las gigantografías fracasadas de Messi y Ronaldo, las luces fulminantes de la parafernalia FIFA, los restaurantes armados de apuro que cerrarán a demolición ahora que volvió la vida llana. Niños y niñas, sin casa y sin padres, sometidos por redes de prostitución para saciar a los europeos eufóricos, volverán a dormir en esquinas sombrías acaso abrazando una vuvuzela muda.

La única señal del Africa invasiva que aturdió a los visitantes con un sonido monocorde de ejército abejorro. Se le quejaron, amagaron con prohibirla. Pero el sonido constante quedó, como el lamento del continente sojuzgado que se colaba vivamente en la fiesta de los otros.
Más de trescientos mil chicos HIV positivos se suman a los dos millones de huérfanos y vulnerables que, se calcula, se elevarán a cinco millones en 2015 en un país en el que la esperanza de vida es de 50 años.

El paso del planeta por esa tierra y la victoria europea no hizo más que exhibir brutalmente el abismo desproporcional entre uno y el otro mundo.

Los niños en fragilidad están sometidos a un darwinismo atroz. Pocos de ellos pasarán las pruebas: el trauma, el estigma y la discriminación; el reducido acceso a apoyo psicosocial; ambientes inseguros; hacinamiento; la escasa posibilidad de llegar a la atención primaria de salud y la muerte de uno de cada 20 niños antes de cumplir cinco años por enfermedades evitables; la mala nutrición; el olvido casi total del Estado; el desempleo, el abuso, la violencia doméstica.

La punición a la infancia por la osadía de atreverse a la vida.

La Sudáfrica que ignoró el triunfo europeo y la invasión de reyes y príncipes en los altos de la elite de Johannesburgo se reencuentra hoy con su cara más real -pero no de los reyes-: ser dueña de los niveles de inequidad más elevados del planeta. La mitad de la población -unos 25 millones- sobrevive con el 8 % del PNB. Casi todos son negros. El acceso privilegiado a la salud refleja, además, el legado del aparheid.

Un Mandela viejito, reducido a bronce y pura historia, se dio una vuelta ayer por el Soccer City en su silla de ruedas. Sonrió hacia todos y saludó con la mano.

Los miles de millones de esclavos y muertos de la negritud colgaban de su diminuta figura. Minutos después los descendientes de quienes abrieron las puertas a la segregación racial perderían la otra conquista. Los boers estaban allí, como hace tres siglos. Anaranjados y blancos. Muy blancos. En la Sudáfrica negra que prestó sus galas al mundo y anoche apagó la luz y las pantallas gigantes para volver al olvido feroz de la historia.

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