viernes, 29 de octubre de 2010

Algunos apuntes sobre la independencia y el desarrollo - Andrés Capelan

"España, Inglaterra, también Portugal,
y ahora es a los yanquis que les toca actuar.
LLevamos ya dos siglos trabajando al sol,
no haciendo otra cosa que cambiar de patrón
 (Jorge Salerno – “La senda está trazada”)

Gran Bretaña perdió sus colonias americanas al mismo tiempo en que
comenzaba su Revolución Industrial.

Para colocar su producción excedentaria practicó el contrabando, propagandeó el libre comercio, y fomentó y dio cobijo (cuando no fundó) a las logias masónicas que conspiraron para independizar a las colonias españolas en América.

Esas hermandades estaban (están, porque siguen gobernando en la mayoría de los países) integradas mayormente por patricios, doctores, comerciantes y terratenientes criollos interesados en romper el monopolio comercial español con el fin de desarrollar estas tierras… para enriquecerse ellos y los suyos a expensas de los plebeyos.

Los proyectos que lograron escapar a la manipulación británica fueron exterminados; algunos antes (el de José Artigas en la Banda Oriental), otros después (el de Rodríguez de Francia y los López en Paraguay).

Es así que al fin de cuentas la “heroica gesta independentista de 1810” no fue otra cosa que la sustitución de un amo por otro (y tras la caída del Imperio Británico, por otro –Salerno lo dijo mejor que yo): una porquería.

Todas las jóvenes repúblicas surgidas a partir de las luchas intestinas entre los “libertadores” que desmembraron los virreinatos e impidieron la formación de una gran nación sudamericana, se construyeron sobre los cimientos de la explotación del hombre por el hombre.

Así como durante el feudalismo América proveyó de los metales preciosos que conformaron la acumulación originaria de riqueza que posibilitó el surgimiento del capitalismo moderno, luego se constituyó en la proveedora de las materias primas y los alimentos necesarios para su crecimiento.

Doscientos años después, la situación ha cambiado pero para peor.

Aunque suene descabellado, la globalización ha hecho que hoy Sudamérica sea más dependiente que antes.

Las corporaciones deciden qué cultivar, qué procesar, qué fabricar aquí, o no.

Organismos como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio han logrado la sumisión de los intereses particulares de los pueblos a los intereses generales de los capitalistas.

Los pocos experimentos socialistas vigesimonónicos han caído uno tras otro, mayormente en silencio tras el estruendo de la implosión soviética.

Ahora es a Cuba a quien le toca volver al capitalismo de la mano de su

Gorbachov vernáculo, Castro el chico, ídolo y adalid del presidente
José Mujica.

Ambos han adoptado el mismo discurso pragmatista de la oligarquía y el capital trasnacional que tanta indignación nos causaba en labios de Carlos Menem (por ejemplo y por no abundar).

Y sí… como decía Pablo Neruda en su “Poema 20”: “Nosotros,
los de antes, ya no somos los mismos” (aunque no nos demos cuenta).

Las cosas son como son, y ya se verá como se cambian, si en algún momento se plantea el asunto, por ahora seguimos batiendo records en la venta de vehículos cero kilómetros y de tortas fritas.

Sé que no es fácil cambiar las cosas, pero lo que me molesta es que –además de no intentarlo– todavía me pontifiquen, me botijeen, me quieran vender gato por liebre, me mientan, me tomen el pelo, es decir: me molesta la hipocresía.

Y si no es así, si nuestros gobernantes no son hipócritas, si en verdad piensan que las estadísticas y los indicadores económicos son la realidad, si realmente creen que están haciendo lo que deben y que por este camino se llegará a la justicia social; entonces se me ponen los pelos de punta.

No se puede ser tan ingenuo, es demasiado obvio que es imposible obtener resultados diferentes aplicando los mismos métodos.


Comcusur

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