lunes, 26 de diciembre de 2011

Uruguay: La influencia de los negros

EL NEGRO URUGUAYO AYER Y HOY
Daniel Vidart

.-¿Fue el negro que llegó a nuestras costas como un objeto animado, un hombre infortunado y contento, tal cual expresa una frase que carga con el fardo de un contradictorio, por no decir absurdo predicado?
Me estoy refiriendo a una curiosa locución utilizada por Vicente Rossi en su libro Cosas de Negros, publicado en 1926 en la polvorienta y polvorosa ciudad de Córdoba, Argentina, y reimpreso en 1958 por la Librería Hachette de Buenos Aires.


Dicho libro ostenta un subtítulo Los orígenes del tango y otros aportes al folklore rioplatense¬- cuyo enunciado disipa cualquier duda acerca de la orientación de un trabajo tan artesanalmente documentado como excéntricamente escrito. Este Vicente Rossi, nacido en Santa Lucía, Uruguay, en el año 1871, fue un espíritu madrugador: gramático heterodoxo por capricho y filólogo del criollismo por vocación, tuvo el coraje de investigar a fondo, con el consabido escándalo del ambiente intelectual, la considerada como insignificante presencia del infortunado y contento hombre negro llegado al Río de la Plata para desempeñar los miserables oficios reservados a la esclavitud.

Semillero de datos interesantes e interpretaciones originales, amén de pinturas de ambiente vivaces y atractivas la descripción de los bailongos en la montevideana Academia de San Felipe no tiene desperdicio el libro de Rossi deja mal parados a los descendientes de africanos, visto el repertorio de las muchas carencias y las pocas virtudes que les anota nuestro autor: Era inútil preguntarles sobre cosas de su raza o de su tierra, no conseguían evocar el más fugaz recuerdo; y ya sea por su característica complacencia, o porque los apremiaba el respeto debido al que los interrogaba, respondían generalmente con un ingenuo disparate, seguros de que habían obedecido e ignorando lo que habían contestado…

Se requería cierta paciente táctica para explicarles y hacerles retener alguna orden; la lección era al fin aprovechada, pero con las incertidumbres propias de un entendimiento infantil. Parece que esta raza, secuestrada y sometida a las torturas de la esclavitud, se hubiese idiotizado, perdiendo hasta la noción de lo que fue. Y es de creerlo así, porque el hombre negro en estas tierras: de hombre, la figura; de fiera, la fealdad.

Discurría como un niño y obedecía como un perro. Su conformación tan defectuosa y descuidada, podría explicar en mucho aquellas particularidades. La Naturaleza le ha hecho a esta raza la mala partida de darle el don de la palabra y negarle el del buen discernimiento; y abusando de sus recursos, dando a la Humanidad, en el hombre blanco la obra y en el negro la caricatura.

Bajo tan desolada estética se cobijaron, sin embargo, virtudes que compensa¬ron singularmente el desacierto en el rasgo y en el color: el hombre africano fue honrado y fiel; de ejemplar moralidad; estoico para todos los dolores; no cultivó ninguna ambición, ni aun la del dinero… Su infantil criterio le salvó de apasionamientos, le evitó el dolor moral… .

Ni en lo que descalifica ni en lo que exalta asiste a Rossi el beneficio de la verosimilitud, ya que no el de la verdad. Este hijo del departamento de Canelones emigrado a la Argentina tenía del negro una idea equivocada, y al cabo denigrante, tributaria de aquellos prejuicios colonialistas que circulaban de mente en mente como monedas falsas, caricaturizando los cuerpos y las almas de seres humanos cuya auténtica esencia personal y cultural a nadie interesaba conocer.

De todos modos, este solitario preguntón abrió un trillo que pocos estudiosos se animaron luego a recorrer y perfeccionar. Los francotiradores del pensamiento que disparan a quemarropa sobre la agenda de los temas proscriptos, son generalmente confinados por sus contemporáneos en las islas desiertas de la indiferencia, esa segura antesala del olvido.

En homenaje a su pintoresco decir y a su atrevimiento precursor he querido utilizar una de sus frases para dar inicio a las alarmas y digresiones que luego de cobrar vuelo propio en mi pensamiento enfilarán dócilmente hacia las cárceles de la escritura
Una catervavil y despreciada
Cuando se consulta la bibliografía dedicada al estudio de la población negra en nuestro país cuesta poco comprobar que hasta hoy, salvo la del meritorio Oscar Montaño, aún no finalizada (solo se publicó y reeditó el tomo I) no se ha escrito la historia profunda, de ida y vuelta, la de los hogares africanos y los destierros transatlánticos, padecida por los esclavos llegados a la Banda Oriental. Y en ella se debe dilucidar, desde las miradas histórica y antropológica, su influencia en los rasgos somáticos y las características culturales del pueblo uruguayo.


Los negros proletarios descendientes de abuelos esclavos, pese a los esfuerzos reivindicativos de algunos investigadores a la personalidad pionera de Rossi se debe agregar las de Ildefonso Pereda Valdés, Lauro Ayestarán y Paulo de Carvalho Neto, tempranos colonizadores de estas tierras abandonadas , siguen todavía prisioneros en las redes del desprecio social y la postración económica, situaciones ambas que se han condicionado recíprocamente a partir de la vigencia inicial de una ominosa servidumbre.

De idéntico modo no han podido librarse aún de la escoria ideológica que acarrea consigo un prejuicio alienante cuyo efecto alcanza con idéntica intensidad al amo y al esclavo, los protagonistas de la clásica e interrelacionada pareja hegeliana. El negro no ha logrado todavía borrar de su alma la infamante marca a fuego, el carimbo, que otrora, aplicada sobre su rostro, distinguiera su triste condición. Pari passu, desde la orilla del hombre blanco, una gran parte de los uruguayos convierte el acervo mental de sus prójimos de piel oscura y al pensar así obedecen a una apatía paralizante que por igual afecta al razonamiento y a la afectividad en un compendio de lástimas, desaguisados y defectos. De tal modo se les considera infantiles, torpes, lascivos y perezosos por naturaleza. Eso si, buenos tamborileros y animadores folklóricos del carnaval. Pero después, nada.

Aquellas taras, erróneamente admitidas como consustanciales a una raza inferior, les habrían impedido, a partir del subsuelo de la historia, acceder a la dignidad propia de las virtudes más altas del espíritu.

De tal modo las cosas de negros pillerías, sandeces, ignorancias, lubricidades, descomedimientos – son a tal punto menoscabadas que se pondera la participación de los indígenas en la construcción de la identidad nacional y se relega la negritud a las tareas de cocina y a la limpieza de las caballerizas, al margen de la vida civil, artística, comunitaria o bélica, es decir, de espaldas a la cultura.

Pero cuando los albaceas del pasado decidan, al margen del amor o del odio, asomarse a la efectiva realidad histórica de nuestro país, advertirán que aquellos menospreciados cebadores de mate, vendedores ambulantes al servicio de un amo, obreros de sol a sol y barrenderos de estiércol, llegado el momento de la lucha por la emancipación nacional o por la divisa de un caudillo, desenvainaron su heroísmo como pocos se habrían animado a hacerlo.

Supieron pelear y morir en las primeras líneas de combate, a las que se les condenaba para practicar una insidiosa limpieza de sangre y, antes y después de la inmolación, fueron sufridos y fieles asistentes de sus jefes ¿quiénes, si no, acompañaron en masa a Artigas en el destierro? dando así un elocuente mentís histórico a los intentos de relegarlos al anonimato residual del folklore o a las comparsas bochincheras de las carnestolendas.

Esta desestima se refleja en las escasas investigaciones antropológicas y sociológicas. Son todavía muy pocas, aunque en el último decenio hayan aumentado su número, intensidad y calidad, No obstante, las aportaciones de estos sufridos compatriotas a la identidad nacional han sido más importantes que las de los charrúas, cuya mítica garra se invocaba cuando, catástrofe frecuente, hoy felizmente no repetida, íbamos perdiendo por goleada.
Tanto se ha reiterado que los negros nada tuvieron que ver con el pueblo oriental primero y la nación uruguaya después que esta mentira, propalada por los señores blancos, ha sido al fin creída por la mayoría de los propios negros.

He escuchado de boca de muchos de ellos en especial los más viejos que la gente de color debe ser humilde, discreta y servicial para darse el lugar que le corresponde . Por otra parte, numerosos integrantes del sector európido de nuestra población y digo así para transar con la costumbre, dado que los frutos del mestizaje, siempre numerosos, se disimulan merced al camuflaje social impuesto por un apellido de origen español o italiano afirman que la negrada sólo cuenta para menearse al son de los tamboriles o para lucirse en los deportes, el fútbol sobre todo, y que de allí no sale, porque para otra cosa no sirve
 El papel de la idiología
El propósito de esta aportación a un tema casi siempre mal manejado entre nosotros es, si el término cabe, vestibular. Previamente a toda posible investigación de campo o de gabinete sobre los afrouruguayos y sus mundos simbólicos, es preciso localizar y denunciar los estereotipos que siglo tras siglo han prevalecido en la civilización de Occidente acerca de la, ignorancia , estupidez e inferioridad del hombre negro.


Dichos estereotipos han maleado las opiniones de eminentes anatomistas y psicólogos, quienes, al sucumbir ante ellos de modo inconciente el secreto mecanismo de la ideología en cuanto mala conciencia tal cuan la entendía Engels no hicieron otra cosa que poner la episteme, el conocimiento plausible, al servicio de la doxa, la caprichosa opinión.

Si bien a esta altura del siglo XXI los catedráticos son más cautelosos al enjuiciarlos, sus antecesores, los ilustres profesores y tratadistas de los siglos XVIII y XIX, amparados por sus títulos y el relumbrón de las Universidades donde enseñaban, insistieron en ofrecer como imagen valedera la pintura falaz de la raza y el alma negras, y entrecomillo los términos porque estas dos difundidas palabras, al carecer de consistencia factual, tampoco tienen validez objetiva ni recepción científica en el campo antropológico. Raza viene de ras, que en árabe significa cabeza. En la España musulmana se aplicó a la cabeza de ganado vacuno, esto es, una res. Durante la Edad Media las voz rassa se utilizaba para designar al conjunto de villanos, al bajo pueblo campesino.

Cuando emprendí la redacción del presente ensayo me propuse que no fuera una tecla más del viejo y desafinado piano académico que de muy de tarde en tarde hacen sonar los antropólogos, historiadores y sociólogos compatriotas al inventariar las presencias y ausencias de los afrouruguayos en la integración de la etnia nacional.

Entonces, para no sucumbir ante los íncubos de una actitud generalizada, carente del más mínimo compromiso con la búsqueda de la verdad relativa de la historia, ya que no hay verdades absolutas en este mundo, decidí invertir el orden seguido comúnmente para el tratamiento del tema.

En consecuencia, iniciaré este (brevísimo) estudio a partir del África, el punto de salida, para hacer inteligible la condición antepasada de la gente de color en el Uruguay, el punto de llegada.

En la mayoría de los casos las indagaciones de nuestros colegas (los de piel blanca, por supuesto) sobre el negro criollo y el negro rellollo ya explicaré el origen y significado de ambas expresiones tratan sobre unas singulares criaturas brotadas, a lo largo de dos siglos, de una oscura bodega maloliente que, desembarco tras desembarco, se vació en el Caserío de los Negros construido por la Compañía de las Filipinas en una altura, entre la barra del Miguelete y Arroyo Seco, cerca del mar.
Así escribió Isidoro de María al referirse a los barracones borrados del paisaje suburbano por el transcurso del tiempo que aniquiló, a la vez, los testimonios de la arquitectura y la memoria de los hombres.

Y cuando los pocos y desanimados investigadores de la negritud nacional procuran ascender por el hilo de la cometa que trepa hasta el cielo de los ancestros, allende el océano, al nombrar las naciones desgajadas de los troncos lingüísticos sudaneses y bantus, lo hacen presurosamente, sin examinar en la compleja matriz africana las culturas y las lenguas tribales a partir de su trama sistémica ni discernir los caracteres somáticos distintivos de las comunidades nativas sometidas a la esclavitud.

Yo vengo predicando en el desierto, desde hace un buen lapso, por la creación de una Cátedra Africanista, o de Estudios Afro uruguayos en nuestra Universidad de la República, para que conozcamos la historia y etnografía de las etnias nigríticas subsaharianas de las cuales fueron reclutados, esto es, aprisionados, denigrados, hacinados en la sentinas malolientes de los buques negreros.
Luego de terribles travesías, en las que moría a veces hasta la mitad del cargamento los sobrevivientes, meados, cagados, cubiertos de lanzadas malolientes, rezumando catinga, eran vendidos en América como cosas y tratados como perros. Antes se les bañaba, se les daba de comer como a los pavos que se sacrifican en navidad, se les cepillaba y lustraba antes de su venta pública, alineados en una tarima como objetos y no como seres humanos.
Algo más, y muy importante: tampoco procuran develar los historiadores de la negritud uruguaya las ocultas vías de intercomunicación mediante las cuales los paleoafricanos, los negros, los etiópidos, los bérberes , los malayos y los árabes se mestizaron y trasculturaron a lo largo de un milenario proceso que modeló los cuerpos y los espíritus de las humanidades subsaharianas
Fuente: http://visionuniversitaria.wordpress.com/2011/12/26/uruguay-la-influencia-de-los-negros/

No hay comentarios:

Ir arriba

ir arriba
Powered By Blogger