miércoles, 27 de agosto de 2014

Sucumbíos, la tierra donde el agua “no vale”

Por Hernán Scandizzo
Aún es temprano pero el movimiento no cesa en las calles de Lago Agrio. En el bar desfilan las camareras cargando desayunos que combinan huevos revueltos, bolones de plátano y chicharrón, café, jugos, licuados, y en torno a las mesas se apiña la gente; el calor comienza a sentirse. Las veredas se colman de ofertas múltiples, incluso de cuerpos. En la ciudad, capital de la provincia de Sucumbíos, las referencias al petróleo son constantes, un hotel que se llama Oro Negro, al igual que una cooperativa de taxis, y una empresa de colectivos tiene por nombre Petrolera –la similitud con la Cooperativa El Petróleo, de Cutral Co, no es mera coincidencia. La misma denominación de la ciudad está íntimamente relacionada con la industria extractiva, Lago Agrio fue llamado el primer pozo perforado por el consorcio Texaco-Gulf, en su avanzada sobre la Amazonía ecuatoriana, en 1967; y no es que haya tal lago en el lugar sino que se inspiraron en Sour Lake, Texas. La ciudad luego fue llamada Nueva Loja, pero se impone Lago Agrio: los hidrocarburos y la presencia de las empresas petroleras, además de los impactos socio-ambientales, están en el ADN de la localidad, que se levanta a pocos kilómetros de la frontera con Colombia.
No más avanzar por la ruta para toparnos con una cuadrilla de obreros que, a más de un mes de la rotura de un oleoducto secundario del Área Libertador, trabajan en quitar el crudo que se derramó sobre el río Parahuaico, en el campo Parahuaco. Y un poco más allá, en el campo Atacapi, un mechero no cesa de quemar gas junto a un pozo, es que el interés de la empresa pública PetroAmazonas está puesto en el crudo, lo demás sobra. Y más adelante, en Shushuqui, las piletas con aguas de producción de campo Libertador se pierden en la espesa selva; pero la densidad de la vegetación no puede ocultar el olor penetrante de los hidrocarburos que se evaporan bajo el intenso sol. Tampoco el cerco a medio construir pone a salvo a los pobladores de Pacayacu de la exposición al venteo de gas y los vapores de una pileta de producción situada a pocos metros del casco urbano. Incluso en medio del pueblo la petrolera estatal aspira a reabrir un pozo del campo Carabobo. Alexandra, de Acción Ecológica, asegura que Texaco diseñó una matriz de comportamiento en la explotación petrolera que fue seguida luego tanto por las empresas privadas y públicas: el desapego por el cuidado del ambiente.
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Fabián cuenta que cuando llegó al campo Secoya había “harta pesca, harta cacería, el agua no era tanto… todavía no era tanta contaminación”. La producción de maíz, cacao, café, plátano y yuca (mandioca) estaba más extendida. “Antes se sacaban cinco o seis quintales de café por hectárea, ahora se saca un quintal cada una o dos hectáreas.” El hombre, moreno, de ojos brillantes y mirada transparente, sostiene: “No podemos tener cultivos, los esteros están llenos de contaminación… los animalitos se enferman, se flaquean”. Por eso tuvo que abandonar su finca de 50 hectáreas y trasladarse a Pacayacu, donde participa del Comité de Afectados por la Contaminación del Agua. “Estamos inmersos en la contaminación, bebemos el agua contaminada… En estos espacios nos organizamos y tenemos voz para denunciar la contaminación”, explica. Luego remata: “Si no pueden descontaminar el agua que dañan, que no exploten más petróleo”.
Fabián cuenta que en Secoya quitaba de la superficie del estero la ‘nata’ de crudo y recogía de allí agua para consumo. Magalí, avala ese relato y señala que en la parroquia de donde viene no hay explotación petrolera, pero igual el estero está contaminado y no tienen más alternativa que proveerse de allí. El botellón de 25 litros de agua cuesta 2 dólares, los sueldos en la industria petrolera, que son los más altos, oscilan entre los 300 dólares, para quienes trabajan en las cuadrillas de mantenimiento, y los 1087, para quienes lo hacen en los equipos de perforación.
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